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Por: Lourdes Serrano Delgado
Colegio de Profesionales en Orientación
El 2025 inició con una preocupante cantidad de femicidios en Costa Rica, una realidad que nos obliga a mirar más allá de los titulares y preguntarnos: ¿en qué momento la sociedad permite que esto suceda?
La violencia contra las mujeres no surge de la noche a la mañana. Se construye poco a poco, desde la infancia, en los hogares, en centros educativos y en la cultura que nos rodea. Pequeños comentarios y prácticas cotidianas van cimentando un modelo de relaciones basado en el poder y el control de los hombres sobre las mujeres.
Cuando a un niño se le dice que es “el hombre de la casa” en ausencia de su padre, el mensaje implícito es que debe asumir una autoridad que no le corresponde. Cuando se le pregunta “¿cuántas novias tiene?”, se le refuerza la idea de que su valor se mide en función de la cantidad de mujeres que pueda conquistar. De la misma manera, cuando a una niña se le asignan tareas domésticas mientras su hermano juega o descansa, se le inculca que su rol en la vida es servir a los hombres.
Estas acciones, aunque parecen inofensivas, son los primeros eslabones de una cadena de comportamientos que, en su forma más extrema, pueden terminar en violencia de género.
La masculinidad tradicional ha sido construida sobre la base de la dominación. Desde pequeños, a los niños se les enseña que deben ser fuertes, proveedores y protectores, pero no se les habla de la importancia del respeto, la empatía y la equidad en las relaciones. Se les premia por su independencia, mientras que a las niñas se les enseña a cuidar de los demás.
Esta visión distorsionada de los roles de género se traduce en comportamientos dañinos en la adultez: hombres que creen que pueden tomar decisiones por sus parejas, que limitan su independencia económica, que invalidan sus opiniones o que controlan su forma de vestir. Todo esto, aunque muchas veces disfrazado de amor y preocupación, es violencia.
Es un error pensar que la violencia de género solo ocurre cuando hay golpes o agresiones físicas. La violencia comienza mucho antes, con restricciones, chantajes emocionales y la anulación progresiva de la autonomía de la mujer. En muchos casos, las víctimas confunden el control con muestras de cariño, creyendo que ceder ante estas actitudes evitará conflictos. Pero la realidad es que la violencia suele escalar y el ciclo solo se rompe cuando se identifican y enfrentan estos patrones desde la raíz.
Erradicar la violencia de género no es tarea fácil, pero sí es posible. La clave está en la educación y en el trabajo desde la infancia para construir una sociedad basada en la equidad y el respeto.
Es necesario un esfuerzo conjunto para sensibilizar a la población sobre los signos de alerta en las relaciones de pareja. Las campañas de prevención deben enfocarse en mostrar que la violencia no solo es física, sino también psicológica, económica y emocional. Se debe fomentar la independencia de las mujeres desde temprana edad y reforzar la idea de que el amor no debe implicar sacrificio ni sumisión.
Las y los profesionales en Orientación pueden aportar herramientas clave para erradicar la violencia de género. Su labor permite fortalecer la autoestima de las personas, ayudarles a visualizar un proyecto de vida basado en sus propios deseos y no en expectativas impuestas por la sociedad y promover relaciones basadas en el respeto y la equidad.
Su labor no se limita a la orientación vocacional o a la guía académica; también tienen la capacidad de trabajar en la construcción de la identidad, el desarrollo del autoconcepto y la formación de una masculinidad que no esté basada en el dominio y la agresión.
El cambio es posible, pero requiere compromiso de toda la sociedad. No basta con reaccionar cuando ocurre una tragedia. Es urgente educar, prevenir y tomar acción. La pregunta es: ¿Qué estamos haciendo hoy para construir un futuro sin violencia de género?
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