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Por: Dra. Carolina Paris, psicopedagoga de UCIMED
Gracias a las investigaciones de la psicología positiva y la neurociencia, parece que, por lo menos, estas generaciones pudimos brincarnos la condena, de haber nacido para sufrir y vivir en un eterno valle de lágrimas.
Costa Rica, ocupa una destacada posición en el ranquin mundial sobre los países más felices, al ubicarse en el número doce de todo el mundo y en el primero en América Latina. Esta posición es especialmente notable, si consideramos que los ticos hablamos poco de felicidad, no tenemos una política de estado al respecto y no estamos haciendo esfuerzos sostenidos para conseguirla expresamente, como es el conocido caso de Bután y de algunos otros países europeos, en donde se desarrollan programas específicos en las escuelas, para desarrollar habilidades en los niños y en los adolescentes.
La reciente publicación del libro “Cómo Salir del Pozo”, del destacado periodista Andres Oppenheimer, relaciona la posibilidad que tienen los países de vivir en democracia, con el nivel de felicidad de sus ciudadanos. La tesis del afamado periodista resulta embriagadora para todos aquellos quienes consideramos que tenemos alto nivel de compromiso con la formación del talento humano y que, además, nos preocupa la geopolítica y la posibilidad de mantener un mundo sostenible.
Según Oppenheimer, la ola de infelicidad que produce el extremismo (en cualquiera de sus manifestaciones), se traduce en viejos solos y aislados, y jóvenes deprimidos. Esta realidad golpea muchos de nuestros países latinoamericanos y se refleja en los bajísimos niveles de felicidad que se muestran en el Reporte Global de Felicidad 2024.
Hay antecedentes que nos permiten considerar la idea de la felicidad, como un derecho humano, a pesar de que la inequidad y la relación directa con el crecimiento económico, parecen anular la propuesta. Según Platón, aquellos que poseían bondad y belleza eran felices y hasta la declaración de la independencia de los Estados Unidos, la señala en el mismo nivel de derecho inalienable, junto con la vida y la libertad.
Por otro lado, diversas investigaciones establecen una relación entre felicidad y productividad; por ejemplo, se ha demostrado que los colaboradores son más productivos, en empresas donde se sienten altos niveles de bienestar. También, se sabe que existe una relación entre felicidad y rendimiento académico, ya que en las universidades donde se apoya al estudiante a construir un sistema de felicidad y bienestar, ellos aprenden y aplican de manera más creativa los conocimientos.
Pero, ¿Cómo podemos medir el grado de felicidad?
Lo primero que debemos considerar, es que la “felicidad” puede parecer poco concreto, porque se relaciona con las emociones y el concepto de bienestar, el cual, puede ser muy subjetivo. La alegría es pasajera, la satisfacción parece ser más duradera. Además, se sabe que el crecimiento económico y la satisfacción de las necesidades básicas, son indispensables, pero no suficientes para ser feliz y sentir bienestar
Entonces, la pregunta central para medir la felicidad resulta ser: en escala del 1 al 10, ¿Qué tan feliz y satisfecho estás con tu vida?
Sentir satisfacción por la propia vida, implica creer que es posible ser feliz y más allá de eso, creerse que cada uno de nosotros es merecedor de esta posibilidad. Esto supone empoderarse, tener autoestima, sentir la fuerza que conduce la conducta a la acción (motivación) y acuerparla, con el fin de dar los pasos necesarios para alcanzarla, en la dirección en que cada uno considere oportuno.
Lograr altos grados de bienestar se traduce en reconocer lo que somos y lo que queremos lograr. Conseguir estrategias y recursos adecuados. Entender que el flujo de la vida es expansión, (logos, alegría, metas alcanzadas), pero que también es contracción, (fracaso, error, pérdida). Que el cambio es inherente a la vida, en la conciencia, de que todos somos uno y estamos irremediablemente unidos.
Porque no estamos condenados biológicamente a ser infelices.
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